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ESPICHES Y PLÁTANOS

Miki Leal
Comisariada por Neus Cortés
Del 14 de septiembre al 26 de octubre de 2024

Tengo presente que se me encarga escribir este texto en calidad de testigo. Efectivamente, puedo decir que yo estaba allí.

Recuerdo recorrer el taller y encontrar aquí y allá los distintos fragmentos en linóleo o en cobre, que Miki había grabado y que, una vez entintados, él y Dan colocaban meticulosamente sobre una base llena de marcas e indicaciones para hacerlos pasar por el tórculo y dejar su impresión sobre el papel. En otra ocasión pude ver cómo trabajaba directamente extendiendo la tinta sobre la plancha como si fuese pintura, aquí manchando, allá perfilando, dejando zonas bien densas y otras sutilmente adelgazadas para obtener una de aquellas enormes monotipias.

“¿Dónde está la obra?”, pensaba yo ante aquellas decenas de planchas, o mejor, trozos de planchas, desarticuladas y desordenadas, algunas quebradas o a punto de quebrar, confundidas entre un sinfín de pruebas, de estampas y restos de estampas, desechadas o puestas en cuarentena.  

¿Dónde estaba la obra si todo había que fiarlo a ese feliz instante en que la fluidez de la tinta se aviene a tomar forma sobre una fina superficie que solo tendrá una oportunidad de quedar registrada? 

El trance me parecía abrumador, pero para Miki era business as usual. De hecho, se me ocurre, pocos procedimientos como la obra gráfica darían cuenta con tanta fidelidad del discurrir mental y creativo de Miki Leal. Un repertorio de imágenes, de hecho, un imaginario completo aparecía allí, no como documentación previa, ni como cosa ya pintada, sino en un estado diferente, entre la potencia y el acto por ponernos aristotélicos; motivos ya filtrados por su mirada y labrados por su mano prestos a ser utilizados, a entrar en escena o a hacer mutis, a componerse de mil y una maneras y a darse en todas las variaciones cromáticas; dispuestos a pasar de lo positivo a lo negativo, del fondo a la figura, del puente a la alameda. También era de lo más Miki, que la cosa se resolviese en el feliz instante antedicho, sin temor ni titubeo o, como diría un célebre danzante, “con fibra y sin desmayo”.

A esta fiesta de las imágenes estaban convocadas las muchas fascinaciones del autor, las que venían de antiguo y las recién adoptadas entre el caudal de juego, letras y cine de que se nutre: la panoplia del proto-surfista hawaiano aquel que caminó sobre las aguas, naturalezas muertas (y bien muertas) tomadas de Hitchcock o escenas forenses de Kansas según Capote; también todos los fines y finales del celuloide resumidos en un rótulo, un panorama que se aleja o una mirada offscreen. A través de ellos se constataba la pervivencia del retrato, el bodegón y el paisaje, aquilatados y elocuentes espejos de este mundo nuestro como lo eran en el siglo pintado por Piero o Van Eyck.

Retratos y paisajes implícitos, bodegones troppo vero, la cerámica es otro de los campos de acción predilectos de Miki Leal. Se siente en estas creaciones el vértigo de verse implicado en un trabajo tan meticuloso como incierto, que disuelve el yo del autor en una cadena de mediaciones e imprevistos. En estas obras la realidad adopta un aspecto extrañamente tangible, como de trampantojo glaseado a la Pallissy. Tal vez para atenuarla pesa sobre sus producciones más recientes, en cambio, un claro enigma: “soul of things”, colección de piezas sostenidas por sí mismas; ocres y cenicientos atriles o portarretratos que rinden homenaje a la amistad, al vacío y al aire. 

Ahora permítanme mostrarles cómo ese aire ha de quedar encerrado tras los límites de una casa, un hogar tal vez precario y en construcción, pero suficiente para albergar la fiesta a la que estamos convocados -sin temor ni titubeo, con risa, fibra y desmayo- las imágenes, los raros objetos y nosotros, espectadores o cómplices necesarios, pues lo más Miki de todo lo de Miki es enredarte siempre en sus historias.